San Agustín plantea en uno de sus díalogos con Dios que siempre hay tiempo para convertirse, porque la misericordia divina es eterna, pero que sin embargo lo que no es eterna es nuestra vida. Por eso y como mañana es el día de San Agustín, yo escribo hoy, por si mañana no puedo hacerlo.
Realmente vivimos en el medio de un mundo muy tirano, donde todo es hoy y ahora, menos el tiempo para sentarnos a reflexionar. Es un mundo del disfrute hoy que se acaba el universo y quemamos felicidad (o idea de felicidad) como el que fuma mal un atado de cigarrillos. Todo es insatisfacción y vamos pasando de una cosa a otra sin siquiera poder terminar de disfrutar.
Que el tiempo de vida es limitado es una certeza tan grande como que no somos nosotros los que vamos a determinar ni como ni cuando vamos a morir. Incluso muchos suicidas se encuentran frente a la realidad de varios intentos de suicidios fracasados, mientras que otros que tienen pensado vivir 1000 años se van de un día para otro sin poder siquiera decir adiós.
Ahora si pensásemos el mundo como corresponde, invertiríamos más tiempo de nuestra vida en ayudar, amar al prójimo, preocuparnos por los demás y en buscar a Dios. Porque como plantea San Agustín, no hay razón para privarse de disfrutar del amor de Dios hoy...ninguna atadura es válida para privarnos del amor divino.
Suena muy lindo y a esta altura el lector estará pensando: "bien deseo tener yo 5 minutos para mi...con gusto compartiría 2 de esos 5 minutos con otra persona si tuviera tan solo 5 minutos para mi". Y si llegamos a ese punto, podemos ver que siempre tenemos 5 minutos para nosotros y que de hecho, compartir tan solo 2 de esos 5 minutos con alguien que lo necesita más, puede hacer una gran diferencia en nuestro nivel de vida.
Invito a mis lectores a revisar las últimas 24 hs de su vida y a evaluar en que momento tuvo 5 minutos para él...tal vez en el café de la mañana o el cigarrillo de la tarde...a lo mejor mientras caminabamos a comprar algo para nosotros...en un mundo tan interconectado como este, levantar un teléfono, llamar a alguien que está sufriendo y poner 2 minutos la oreja, son muchas veces suficientes para hacer una diferencia.
Y no estoy hablando de cumplir: marcar un número, decir que si y seguir sin dedicar un segundo a la conversación no son el tipo de ayuda que nos van a hacer sentir mejor. Por el contrario, escuchar con atención, brindar consejo cierto y preocuparnos por los demás, si nos hace mejores personas. Y de eso también se vive.
Aprovecho entonces el día de San Agustín, para dejar un pequeño rastro de su pensamiento en mi blog:
¡Tarde te amé, belleza infinita tarde te amé, Tarde te ame belleza siempre antigua y siempre nueva!
Y supe, Señor que estabas en mi alma y yo estaba fuera, así te buscaba mirando la belleza de lo creado.
Tarde te amé, belleza infinita tarde te amé, Tarde te ame belleza siempre antigua y siempre nueva!
Señor tu me llamaste, tu voz a mi llegó, curando mi sordera con tu luz brillaste cambiando mi ceguera en un resplandor,
¡Tarde te amé belleza infinita, tarde te ame, tarde te ame, belleza siempre antigua y siempre nueva!.
Tu estabas conmigo, mas yo buscaba fuera y no te encontraba, era un prisionero de tus criaturas, lejos de Ti.
¡Tarde te amé belleza infinita, tarde te ame, tarde te ame, belleza siempre antigua y siempre nueva!.
Hasta mí, ha llegado el aroma de tu gracia, por fin respiré, Señor yo te he buscado, siento hambre y sed, ansío tu paz.
¡Tarde te amé belleza infinita, tarde te ame, tarde te ame, belleza siempre antigua y siempre nueva!.
Un mundo denso necesita pensamientos livianos para que puedan ser asimilados
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