Acabo de comer un big mac. Prometo que es el último, no se si de mi vida, porque ya he prometido lo mismo en el pasado y fracasé. Pero seguro que es el último en un buen tiempo. Tal vez hace algunos años lo eliminaba más fácilmente. Ahora es comer uno y sentirme pesado todo la semana.
A decir verdad comer en Mc Donald's es bastante similar a votar en este país: llega tu turno y tenés que decidir en menos de 1 minuto que vas a pedir. Y poco importa ya si venías con la idea de pedir una ensalada o un yoguhrt. Vas por todo: Combo 1 con papas y gaseosa gigante.
Eso sucede porque ya sabés que elijas lo que elijas te vas a sentir mal. Y entonces tu mente te juega una mala pasada y te hace creer que esta vez la cosa va a ser distinta. El resultado en cambio está a la vuelta de la esquina: ya al primer bocado te das cuenta que es la misma porquería de siempre disfrazada de otra cosa.
Cuando votás pasa lo mismo: salís con una sensación estomacal extraña y apenas prendés la tele ves al tipo al que acabas de darle tu confianza, ese mismo que venía a tocar el timbre de tu casa en bicicleta, bajarse de una 4x4 con anteojos de sol y una sonrisa de vendedor de aspiradoras. Y entonces mira a la cámara y te das cuenta que nunca tendrías que haberlo votado porque la diarrea va a inundar la ciudad.
Maldito big mac, que cara de político tramposo que tenés en ese poster rojo con letras amarillas.
Un mundo denso necesita pensamientos livianos para que puedan ser asimilados
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