Un mundo denso necesita pensamientos livianos para que puedan ser asimilados
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Los sabores de la vida
Hace un tiempo leí un libro de esos que no cambian la vida de nadie, pero que sirven para escribir cosas como las que siguen a continuación. Se llamaba algo así como los 7 secretos del marketing y básicamente lo que planteaba es que un mismo producto es distinto para distintas personas porque es la primera experiencia la que condiciona lo que un producto significa para cada uno.
Recuerdo 2 ejemplos al pie de la letra: el bebé en Francia que tomaba una gota de champagne cuando sus padres mojaban un chupete en la bebida y el niño yankee que tiraba el manual del Lego y armaba cualquier cosa, contrariamente a lo que hacían los europeos que armaban el Lego tal como fue ideado. Según el autor, un comunista francés por cierto de esos que toman champagne y critican a los yankees, esto tenía que ver con la cultura de guerra y destrucción del imperio, más proclive a destruir y reconstruir que a seguir las reglas.
En cualquier caso esta nota de color apunta en otra dirección. El otro día tomé una Pepsi, algo que hace rato no hacía. Y es increíble porque a mi la Pepsi me supo a golf con mis abuelos en Mar del Plata. En el fondo no es casual, porque cuando iba a jugar golf con mis abuelos en Mardel, siempre terminábamos en la confitería de los acantilados donde te servían Pepsi en vez de Coca.
Lo bueno entonces es que para mi tomar una Pepsi es mucho más placentero que simplemente beber una gaseosa. Es retrotaerme a un momento de felicidad en mi adolescencia, esos días de verano que no terminaban nunca y en los que sentarme en una confitería con mis abuelos a ver volar pelotas de golf era todo un programa.
Ah...los buenos viejos tiempos...donde se habrán marchado. Si solo bastara una gaseosa para volver a revivirlos. No hay nada que hacerle: soy un regresivo eterno...ahora al menos tengo una Pepsi.
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