Cuando estaba en la facultad, en la catedra de Filosofía nos pretendían enseñar una corriente que planteaba que nada es lo que creemos que es y por ende, que nada existe en cuanto tal, sino más bien en nuestra idea de lo que es.
Me parecía bastante absurdo siquiera plantearme el asunto, porque estaba en una etapa muy concreta de mi vida, y no podía imaginarme nada abstracto. De hecho, esa necesidad de abstracción, me generaba un vacío tan profundo, que me asustaba por demás. "Si esta mesa y está birome no existen, no se que hago acá", pensaba. Seguramente mi nota en esta materia tampoco va a existir...
Hoy retomo el pensamiento desde un ángulo un poco menos filosófico y me permito plantear que la realidad no es que no exista, pero sin duda, está completamente sesgada por el ojo del que la observa.
Desde la óptica de un borracho, la botella siempre está vacía, mientras que alguien con menor necesidad del alcohol, seguramente pueda satisfacer su apetito etílico con esa cantidad. Es decir, que para él, la botella estará suficientemente llena siempre.
Y esto dispara el siguiente pensamiento: lo que nosotros creemos que somos, nunca tiene nada que ver con lo que realmente somos y mucho menos con lo que decimos que somos.
Es una sana costumbre nacional aparentar y vivir una segunda vida para los demás, creyendo que somos algo de eso (nunca tanto, pero no importa), cuando ni siquiera somos lo que creemos que somos.
Así, nos disfrazamos de superheores millonarios y salimos a vivir una vida glamorosa y cuando volvemos a nuestra casa, comemos fideos por una semana y rompemos el espejo, ese eterno enemigo que nunca nos va a mentir...
Un consejo amigo: si quiere una vida que no puede tener, pruebe con http://www.secondlife.com/. Allí puede tener una vida virtual distinta de la que tiene. Pero asuma su vida como es y disfrutela que es corta y pasa mucho más rápido que lo que parece. Porque de vuelta, nuestra vida tampoco es lo que parece ser.
Un mundo denso necesita pensamientos livianos para que puedan ser asimilados
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